2013-08-02 17:16
Aquí en esta casa somos muy de Alain de Botton. Bueno, en realidad somos más de explotación que de exploración. Para qué meterse con autores nuevos, habiendo unos que ya ha leído uno tan estupendos, ¿no? Alain de Botton oscila entre lo tedioso y lo inefable. Un filósofo que escribe literatura, por llamarla de alguna forma, de viajes, colecciones de ensayos con un tema: una terminal de aeropuerto, o el trabajo, o, en este caso, el viaje en sí. ¿Por qué se viaja? ¿Qué hace que la gente se aleje de la seguridad y comodidad de su hogar para lanzarse a soportar cafés a cin euros en los aeropuertos, cargos por exceso de equipaje, taxistas con muchas bocas que alimentar y buffets todo incluido que no incluyen cerveza? ¿Una piedra? ¿Un paisaje? ¿Una cerveza que puede uno comprar en el Corte Inglés de la esquina y si no puede, da igual, porque está más mala que la Milnoh?
Alain de Botton contesta a eso: empareja cada sitio: las Barbados, Madrid o la Provenza con algún artista que la miró con ojos que nadie había logrado mirar antes. Porque al final, un destino no se hace evocador o exótico o romántico hasta que alguien lo mira y lo pinta, con la palabra o con el pincel, de tal forma; es posible que a muchos americanos no les haya interesado Europa hasta que vieron "Si hoy es martes, esto es Bélgica" o a ningún italiano el sur de Sicilia hasta haber visto pasearse por él a Montalbano en las páginas de los libros o en la serie.
Alain de Botton mira finalmente a su propio barrio con esos otros ojos y lo describe igual que Meistre lo hizo su propia habitación, esa reducción al absurdo tiene todo el sentido del mundo, porque viajar es mirar y también mirar es viajar, por lo que un viaje se puede hacer en y desde cualquier sitio.
De los tres libros que he leído, es posible que sea el más asequible y entretenido, por lo que lo aconsejo como punto de entrada a este autor.