2013-08-14 21:54
Esos son los que se forman en la playa, usando
sombrillas o no y comanches por las pinturas de guerra hechas con bronceador con factor de protección 88. Es curioso, y todos caemos, que año tras año y dentro de cada año, día tras día, solemos ocupar el mismo territorio. Uno baja a la playa y según se escupe la cabeza de la gamba desde el chiringuito a la derecha, allí se coloca. No es el único. Miras alrededor y allí están los dos mellizos con las camisetas UV protect, allí la familia sacada de un sketch de los Morancos, acullá la pareja que ocupa la sombrilla con sendos best sellers (últimamente más con un lector de ebooks) y no se mueven en toda la santa mañana hasta que los altavoces emiten aquello de "Se cierra la playa. Vuelva usted mañana" y parten en busca de los Gin Tonics y las tapas de choco
Todos marcamos nuestro territorio y nada es más molesto que el que alguien cruce esa línea inexistente, situada a unos centímetros de donde está la chancla más lejana, que lo marca. A veces la línea adquiere el aspecto de una muralla que no sólo la marca sino que, además, en un momento determinado, te puede librar de una subida de marea traicionera que te moje la toalla de tu equipo de fútbol favorito.
Y, en este comportamiento, nos encontramos con nuestro cerebro mamífero, lo que es bueno. Para eso están las vacaciones, para irse hacia atrás en la escala evolutiva. Afortunadamente, no tan atrás como para marcar el territorio a base de orinarse alrededor del mismo. El usar unas chanclas para hacerlo es lo que nos distingue, finalmente, de las bestias.