2013-08-17 19:15
Lugares que son por tanto el motor económico de España como la muestra clásica de su decadencia. Antonio Ruiz de Elvira habla en
este artículo del desprecio en general al cliente en los negocios españoles. No sé si erá el caso general; hay negocios que van bien y negocios que no. Pero uno de los tipos de negocios que uso más a menudo, bares y cafeterías, sí que están en franca decadencia por falta de profesionalidad y de organización, como bien nos ha mostrado, entre otros, el ínclito Chicote.
Caso de uso: un bar restaurante, ayer, en el Realejo, zona de bares tradicional de Granada. Un sólo camarero en la terraza. Va, viene, hay que llamarle la atención para que te atienda. Primer fallo: un profesional debe saber quién ha venido nuevo y, al menos, hacerle notar que está ahí, que sabe quién es, y que le atenderá en breve.
El mantel de papel de la mesa no lo cambia, lo deja como está, sucio de los anteriores clientes. Otro fallo.
Segundo: pedimos. Cuando finalmente entiende lo que es, no lo apunta. Segundo fallo: si no sabe lo que pide, ¿cómo sabe que lo ha servido? Efectivamente, se le pide una cerveza más y se le olvida, hay que recordáreselo. Si vende cervezas, ¿no tendrá que atender todas las que le pidan o perderá ventas?
La tradición granadina, la tapa, no viene. Hay que recordárselo. De hecho, la segunda ronda no viene siquiera.
Al menos te advierte de que las pizzas van a tardar más de la cuenta, pero no cuando lo pides, sino cuando ya lo has pedido. Un cliente cabreado o con prisa podría haberse ido por la tangente. Tercer fallo: no respetar el tiempo del cliente, que puede tener prisa, o no.
Fin del caso. El otro día paré en un bar de carretera. El bar estaba lleno de vasos sucios hasta arriba. Mesas sin recoger y sin limpiar. Una terraza sucia con chafarrinones de cuando pasó por allí Fernando III el Santo.
Pedimos tostadas. No tienen tostadas. ¿Qué? ¿No tienen tostadas en un bar de carretera? ¿Cabe la posibilidad de que nadie, nunca, les haya pedido tostadas y no se les haya ocurrido comprar una parrilla, aunque sea de algún bar cerrado de los tantos que hay, y servir tostadas por si a alguien se le ocurre hacerlo? No, no se les ocurre. Quieren vender bocadillos, si los quieres, bien, si no, nada. Un gran salón restaurante, por cierto, todo cerrado: o barra o a pasar calor al porche.
No se te ocurra ir a un bar en un día de pico: fiestas patronales o similares. Trabajan los mismos, trabajan mal, tropiezan unos con otros en la barra, no te atienden, te atienden tarde, si pides algo de cocina te dicen que no lo pueden servir...
No sé quién diablos tiene la culpa de eso. Los propios camareros, en parte, por no ir mejorando en su trabajo y hacerlo de la forma más eficiente posible que, al fin y al cabo, les va a ahorrar trabajo y disgustos. ¿Habéis pensado cuál fue la última vez que os trajeron una comanda en una bandeja, en vez de de tres en tres vasos? ¿Ya nadie hoy sabe manejar una bandeja?
Los propietarios, también en parte, claro. En vez de prever los picos de trabajo y prepararse pre-cocinando lo que haga falta, contratando refuerzos en cocina o simplemente no admitiendo en el bar a más gente que se vaya insatisfecha, dejan que la gente se siente y se aburra o espere media hora para un plato de lonchas de jamón.
A los bares de España, al menos a la pequeña parte que yo conozco, los salva la parroquia, los precios y que, cuando finalmente te traen la tapa, está buena. Pero les pierde, prácticamente, todo lo demás. Cuando se habla de
bajar los sueldos no se piensa en lo fácil que sería, con un poco de esfuerzo de trabajadores y empresarios, subir la productividad en ese pilar de la economía patria que son los bares.