2014-04-27 20:19
Señores: este blog no está muerto. Quizás debería decir sólo señor, o sólo señora, porque sois pocos los que os pasáis por aquí, y menos todavía los que lo hacéis a caso hecho y no desde
algún medio social. En los que tengo decenas de perfiles. De los que tengo decenas,
máscaras que muestran diferentes perfiles pero que, ay, necesitan su tiempo para ponerse y quitarse. Eso hace que no tenga
tanto tiempo para leer. Pero las reseñas están ahí, esperando su ocasión, un domingo apacible por la tarde, tras el fin de la
Cuaresma en que me pongo al día en este blog hablando de otro libro, el que cierra el
ciclo estacional de la serie de Mario Conde, y que tiene, por tanto, ese aire milenarista, de algo a punto de acabarse.
Se va a acabar, por lo pronto, Mario-Conde-como-policía. Tras lo ocurrido en
Máscaras y la depuración correspondiente, Mario Conde decide volver a su
origen y escribir una historia, su historia y la de su generación, la de sus amigos, pero un cadáver aparecido en el mar se mete por el camino y tiene que posponerse la dimisión de la policía hasta la resolución del crimen.
El asesinado es un emigrante, antiguo cargo del régimen que desertó y ha vuelto a ver a su familia. Su asesinato puede tener que ver con lo que hizo mientras estaba encargado de expropiaciones, o quizás lo haya hecho el propio gobierno para pagar una traición, como piensa la familia. En todo caso, a veces mueren los buenos y a veces no, y la persona asesinada tenía pocos amigos.
El principal tema del libro es la emigración. Quién se la plantea y quién no, y qué es lo que se hace para irse y por qué, a la vez que es una reflexión sobre por qué se vuelve a Cuba. En el epílogo se replantea el tema, pero a lo largo de la novela se habla, una y otra vez, de qué es Cuba, de qué es el exilio, principalmente Miami, y qué empuja a uno a quedarse o a irse.
Y todo esto se hace a través de una serie de personajes a los que Padura presta, cuando hablan con Conde, la primera persona, y son personajes abigarrados, con carácter, arraigados y con una voz propia que Padura sabe retratar muy bien.
Por eso me ha gustado. No tanto como Máscaras, pero bastante más que Adiós, Hemingway. Y lo agradezco a
Fernando o
Víctor, uno de los cuales me lo regaló recientemente.