2014-07-05 13:54
Reseñar una novela de
Lorenzo Silva no es nunca fácil. Primero, porque como con toda lectura popular cualquier reseña parece superflua. Segundo, porque también sabes que es un gran escritor que ha perfeccionado su fórmula (todo gran escritor la tiene) y que no te va a decepcionar. Pero tercero y más jodido, es que sabes que el maldito se la va a leer y te va a ejercer de metareseñador de la reseña. Así que me lanzo a ello, sabedor de los peligros que conlleva.
Primero y más importante: véase el punto dos arriba. Lorenzo Silva mezcla la fórmula del
procedural, del que no hay tantos ejemplos en castellano, que cuando trata de crímenes va más por lo luctuoso o por las aventuras, lo repasa por algo tan carpetovetónico como la Benemérita y le añade el toque
noir de la narración en primera persona con crítica social implícita y, a veces, explícita. Todo ello con grandes protagonistas como Bevilacqua, Chamorro, rodeados ahora por una serie de secundarios, jefes, subalternos, jueces y juezas, que parten de arquetipos perfectamente reconocibles (el madero de toda la vida, el jefe capullo, el político corrupto, el juez carcamal) para llegar a personajes que saltan de la página y adquirir vida, una vida impartida con el cariño con el que se les trata, sin que se conviertan en figuras de guiñol a las que se le chilla o jalea según se comporten. No hay cachiporras para estos títeres, simplemente porque no tienen una mano metida por el culo que los maneja a su antojo. Todo ello engancha bien con el canon del procedural. No hay milagros, no hay deus ex machina, no hay epifanías, hay trabajo y tedio y personas. En ese sentido se parece más a los procedurales nórdicos que a los meridionales de Camilleri, pero no resulta tan cargante como (a veces) lo son los primeros. Como en los segundos (y otras novelas meridionales como las de Markaris) los personajes tienen vida, familia, ataduras, se aman, se odian, se preocupan los unos por los otros, bromean y, sobre todo, viven una vida de funcionarios sin más lujo y glamour que el de los coches confiscados a los malos que pueden usar de vez en cuando.
Muchas novelas, si no la mayoría de Lorenzo Silva, son historias de redención. En
el episodio anterior de la serie Vila/Chamorro, La Marca del Meridiano, que obtuvo el premio Planeta se redime el propio Vila, un sargento de la guardia civil que, a pesar de los años, sigue anclado en el suboficialato. Y cómodo con ello. Por no espoilear, no digo quién o qué se redime en este episodio, que toma muchos elementos del
mito de Orfeo y que parte de algo que, de hecho, apareció en las páginas de los periódicos recientemente: el asesinato de una política, en este libro una alcaldesa de partido indefinido pero claramente identificable de una ciudad indefinida, pero también claramente identificable, del levante español, episodio que recuerda a la
muerte de Isabel Carrasco que acontecería, así a ojo de buen cubero, cuando la revisión del último borrador, si no ya directamente durante las galeradas.
Es forzoso comparar esta novela con el resto de las de la serie. A mi me sigue pareciendo la mejor "El alquimista impaciente", pero será por deformación profesional; la más floja,
La reina sin espejo. "La marca del meridiano" también me gustó mucho, así que no tengo más remedio que situarla en la tercera del ránking. Pero como en los primeros puestos de la liga, están bastante apretados y cualquiera de los tres es una excelente introducción a la serie. Así que ya la estáis comprando y, cuando asistáis al
curso de escritura e Internet que empieza dentro de (gasp) un par de semanas y que todavía está abierto para matrícula, se lo dais para que os lo firme.