2014-08-08 11:00
El chérif de Los Ángeles tiene entre manos un asesinato y le encarga el perfil del asesino a un agente del FBI retirado, Terry McCaleb. Retirado por vía de un balazo y transplante de corazón subsiguiente; el mandao pone en peligro su vida de más de una forma, pero la cuestión es que, una vez hecho el perfil, todo apunta a que ha sido el policía y personaje de Connelly, Harry Bosch, porque su verdadero nombre es Hyeronimus Bosch, vamos, el Bosco de toda la vida, y el susodicho asesinato está escenificado como un cuadro del Bosco, claro, todos los asesinos en serie firman con su nombre, como es natural. Un asesino que se llame Picasso dividirá a su víctima en cubitos y uno que se llame Goya, cosa más plausible, tendrá cientos de maneras donde elegir, todas ellas terriblemente escatológicas.
Salvo por la poca plausibilidad de esa conclusión, el libro no está mal. El contenido no lo está, porque el libro tiene media contraportada arrancada, lo que me permitió adquirirlo por 50 céntimos de dólar en la librería Strand, de Nueva York. Con precios así, no te puedes negar. Y, por otro lado, el caso en el que se haya involucrado Bosch, el de un director de cine que estrangula a sus víctimas y trata de hacerlo parecer un accidente autoerótico, también tiene su miga. Connelly conoce bien los procedimientos policiales y a los agentes y eso se refleja en el ambiente de la novela; el final, aunque resulta predecible desde antes de mediar el libro, está bien traído y reserva también alguna sorpresa.