2015-07-21 20:24
Es enteramente posible que este libro me lo haya regalado alguien como
Fernand0 o
PJorge. De hecho es seguro que es un regalo, aunque es posible que sea un auto-regalo.
Padura es santo de la devoción de esta Atalaya, donde, por cierto, no sé para qué diablos pongo el ordinal del libro si cada vez leo menos y además no hago otra cosa más que leer libros. Bueno, y cómics. Una pila de los cuales, por cierto, tengo por ahí sin comentar. Los pondré todos ahí, del tirón.
Pero este libro merece un comentario a ritmo más pausado, ritmo caribeño que cae fuera de las estaciones del año como sus otros libros pero que encaja con el inspector Mario Conde, a quien le tocan asesinatos especialmente raros y que como cualquier currante tiene que tragar mucha mierda para poder hacer su trabajo bien, el trabajo de meter a los malos en la cárcel.
En este caso el muerto es chino, residente en el barrio chino de Cuba, un barrio en el
que estuve y que era tan cochambroso como el resto de Habana Centro pero donde podías encontrar una calle repleta de restaurantes chinos. Sin embargo, esa pequeña China donde, por cierto, ningún promotor ni camarero era chino, es muy diferente de la China hermética con la que se encuentra Mario Conde, donde nadie sabe nada y todos tienen algo que ocultar. Como en las cajas chinas, el crimen parece estar relacionado con una sociedad secreta china, pero al abrir esa caja se encuentra con la santería, cuya caja, a su vez, oculta también ritos masónicos o, simplemente, otra caja repleta de dinero. Con su melancolía, su amigo el flaco, su amor del Pre que volvio de Italia, Mario Conde va abriendo cajas, poco a poco, y encontrándose también con restos del pasado y con las personas que, efectivamente, acabaron por meter a la gente dentro de las cajas, que en algún caso son cajas de muertos.
Una novela más breve de lo habitual y tan metafórica como siempre, un Padura que no hay que perderse. Como ninguno de ellos, claro.