2015-08-12 18:54
A veces merece la pena leer historias de autores perfectamente desconocidos y acercarse a ellas sin ningún tipo de prejuicio salvo la recomendación genérica de que merece la pena leerlo.
En realidad, eso rara vez sucede y en este caso ya me imaginaba que era una historia ferroviaria y que además la había escrito un japonés, lo que ocurre es que eso no me crea los más mínimos prejuicios salvo el hecho de que las novelas impares de Murakami, o casi todas, son aburridísimas. Además, parece que tiene fama de ser uno de los gérmenes de la novela negra nipona, aunque cuando lo agarré no lo tenía en mente.
La historia es enrevesada como un cuento chino y totalmente ferroviaria. Dos personas toman un tren y, unos días más tarde, aparecen sus cadáveres en una playa, abrazados y envenenados con arsénico. Aunque al principio parece simplemente una historia de amantes suicidas, un policía local empieza a sospechar a partir de un recibo de un tren restaurante de una comida para una sola persona. Si viajas con tu amante, comer solo es raro, raro, ¿no? Además, el suicida era alto funcionario de un ministerio, el clásico ministerio X, que está siendo investigado por corrupción. Así que más raro y hay que ponerse a investigar qué ha ocurrido y, sobre todo, quién es el cupable.
La solución del enigma incluye conversaciones corteses, donde se especifica en cada momento si los interlocutores tienen la deferencia adecuada el uno con el otro, muchos viajes en tren, mapas de Japón, horarios (que al final del libro se especifica que son rigurosamente ciertos) ferroviarios y un cierto estudio costumbrista, donde los personajes quedan muy diluidos y lo que importa es el enigma en sí y como se resuelve. En ese sentido se acerca más a las historias clásicas de Agatha Christie que a las más contemporáneas noir de Dashiell Hammet. No hay pelotazos de whisky ni mujeres fatales; el policía se pasea en tranvía cuando quiere pensar. Ni siquiera le da al sake más de la cuenta ni se empacha con sushi. Nada. Ni una guantá a mano entera. Cortesía exquisita, costumbres acendradas, trenes que nunca llegan tarde. Japón, en suma.
Salvo por la ingenuidad que trasluce a veces, merece la pena leerla. Un clásico, sin duda.