2016-04-06 20:35
En general, las novelas suelen ser una forma artística
pegada a la realidad. Para empezar, suelen ser narrativas, cuentan algo. También tratan de describir con palabras cosas que podrían haber sucedido,
suspendiendo la incredulidad usando una serie de elementos narrativos: motivaciones, atmósferas, percepciones.
No tiene por qué ser así, claro está. Los personajes en una novela no tienen por qué tener ningún tipo de motivación. Van haciendo cosas, y les van sucediendo cosas, quizás unas detrás de otras. Al final se alcanza un clímax, los héroes vencen, los asesinatos se resuelven, las puertas se cierran o se dejan abiertas para otras novelas. En la pintura hace tiempo que se superó esa barrera. En pintura se usan colores y a veces más cosas para crear una imagen que, en general, es bidimensional pero que no tienen ni que ser narrativa ni, en realidad, hacer nada más que provocar una respuesta, de algún tipo, en el que la contempla. Pero en el camino entre lo concreto y lo totalmente abstracto como Rothko o similar, se encuentra uno a genios como
de Chirico. Combina elementos que, por separado, son reales, existen, son concretos. Pero, como en un sueño, se yuxtaponen elementos chocantes y se crea un efecto inquietante de espacios inabarcables y de soledades insuperables. El tren parece que nunca va a llegar a la Gare de Montparnasse, y aunque llegue, las dos siluetas que avanzan por el paisaje no están interesadas en el mismo o serán incapaces de encontrar a quien vaya a desembarcar del mismo. La chica que avanza con el aro por el misterio y melancolía de la calle va a chocar con el vagón, dentro del cual nos espera algo que, quizás, ya se ha ido o nunca ha estado allí. Esa tensión visual, de sombras de algo que no llegamos a ver, de arcadas que llegan hasta el infinito, de ventanas vacías, provoca mucho más horror que la soledad de las pinturas de Hopper.
Todo esto es para hablar de La Investigación de
Claudel, un libro que me compré recomendado a saber por quién y que comparte libro con otro
libro inquietante de Stanislav Lem, recientemente reeditado. Y son los dos libros en los que un Investigador recibe la tarea de averiguar qué ha sucedido con una serie de muertes, en el caso que nos ocupa por suicidio, suicidas todos Empleados de una Firma.
Por el camino figurativo de este libro nos encontramos a otro pintor
Tooker. Más que de Chirico, Tooker pinta a personas reconocibles en ambientes también reconocibles. El metro, la playa, probadores, un comedor, una oficina del gobierno. Pero se trata de multitudes que se ignoran. La ciudad y la Firma de The Investigation son de Chirico, pero la descripciones de las escenas son totalmente Tooker. Las escenas en el comedor del Hotel son
Lunch de Tooker.
La investigación, al final, no importa demasiado. Importan las escenas, las descripciones, las imágenes, un Investigador que hace
lo que tiene que hacer enfrente de un Policía que tambien lo hace en un mundo hostil y que apenas entiende, sin que esa hostilidad ni la incomprensión sirvan como excusa para que el Investigador deje de hacer nada, porque por hostil que pueda ser un mundo, siempre puede serlo un poco más. Y, al final, una historia que es metáfora de sí misma y que convierte a esta novela en algo que, como obra de arte, provoca una serie de emociones en el lector, más que una serie de explicaciones. Por eso, una obra excepcional, que merece la pena leer y que, por tanto, agradezco a quien me la haya recomendado el haberlo hecho. Aunque no recuerde quien fue tal Recomendador.