2003-05-05 03:31
Esta historia la tengo enlatada desde el miércoles pasado. El viernes pasado, en un cibercafé de Chiclana, la tenía prácticamente escrita en un teclado infernal castigado por generaciones de jugadores al Counter Strike, cuando se me acabó la media hora que había pedido, sin posibilidad de recuperación. Vamos a intentarlo de nuevo.
Una de las cosas grandes de Madrid y, supongo, de todas las metrópolis, es su comercio. Probablemente, según aumenta la población de una ciudad, el colectivo de compradores de sombrillas, o de toffees, o de trajes teatrales llega a ser suficiciente como para que se pueda mantener una tienda que los sirva. En provincias, normalmente, hay que conformarse con tiendas más o menos generalistas o con el inevitable cortinglés que tiene de todo tipo de productos que expende con igual indiferencia.
Los comercios son una de las cosas que contemplo cuando paseo por Madrid. El otro día me tocó el barrio de Chamberí, en concreto las calles Arapiles y Meléndez Valdés. Paseando por ellas te encuentras no sólo con el comercio mas o menos tradicional, sino también con algunos de esos "negocios raros" a los que Chesterton dedicó un libro.
Por ejemplo, en Arapiles hay lo que sólo se puede denominar quincallería. Es un pasillo estrecho con todo tipo de chismes, aparentemente de segunda o n-ésima mano, que van desde una cacerola hasta un libro de "Los Cinco" semi desencuadernado, pasando por estanterías, chismes, cacharros; quincalla, en fin. La regenta una persona mayor, que se sienta al final de ese pasillo; la misma persona que me encontré, dos calles más abajo, arrastrando un carrito de la compra dentro del cual sonaba, precisamente, tintineo de quincalla. ¿Estaría haciendo una entrega a domicilio de TeleQuincalla o bien un periplo por los cubos de basura del barrio para proveer su comercio?
En la misma calle hay una
frutería y huevería adornada con mosaicos ad-hoc alrededor de sus puertas, uno de los cuales proclama "los primeros huevos de la casa", frase cuyo significado se me escapa.
Y todavía un poco más abajo, un cartel en un balcón indica algo así como "El vecino del 3º A está denunciado por obra"; no recuerdo exactamente las palabras, pero sí que había vecino del 3º A, denuncias y obras.
Vi también, cerrada, una tienda llamada
La niña del exorcista, o quizás sería un pub. Si fuera tienda, no me puedo imaginar cuál sería su comercio. ¿En vomitivos? ¿Camisones rasgados? ¿Kits de limpieza de alfombras? ¿O de aumento del giro de cabeza?
Lo que sí vi abierto en ese paseo fue una carbonería, "carbones y calefacciones". Mirar hacia su interior era como contemplar un agujero negro; y dentro del mismo, un carbonero, negro de hollín como los proverbiales ídem. No me puedo imaginar una carbonería en Granada, aunque probablemente las haya.
Terminé el paseo en Gaztambide, en la
librería Altaïr, que me había encontrado el día antes por casualidad, como se encuentran las cosas que suelen producir más gozo. La segunda incursión en el barrio, de hecho, la hice exclusivamente para verla, meterme entre mapas, guías y libros de viajes. Y como no, comprarme una Moleskine. Tengo una recién empezada, y 2 sin abrir, pero no me pude resistir la tentación.
Como tampoco pude resistir la de plasmar todo eso en un bloc, mientras el avión está a punto de despegar, y nos están salmodiando lo de las puertas de emergencia, la alianza guanguol, y todo eso, antes de que mi mala memoria consigne mis paseos al mismo sitio donde van a parar los datos de las particiones reformateadas.
..y donde fue a parar la primera edición de esta historia, allá en ese cibercafé.