2018-09-16 18:08
A veces merece la pena leerse dos libros de un autor de un tirón. Con la trama, la estructura y los recursos frescos, puedes apreciar mejor qué es lo que hace a un autor un artesano o un artista y qué muletas usa para engañar al lector y que, eventualmente, disfrute de la lectura. Ya
dije ahí que merece la pena leer a Hiaasen. Así que sigo leyéndolo, para reafirmarme en la hipótesis o bien acabar, como con Harlan Coben, diciendo "prueba superada" e ir a otra cosa.
Este libro, para empezar, se desarrolla también en el sur de Florida, con políticos corruptos, policías incompetentes,
lobbystas guarros, y gente que tiene perversiones que los sitúan un poco lejos de la media y de tres o cuatro desviaciones típicas. Palmer Stoat es el tal lobbysta, aficionado a los puros, a la caza mayor y a tirar cosas por la ventana del coche ensuciando por doquier. Twilly Spree es una persona que no puede aguantar ese tipo de comportamiento y cada vez que ocurre, le da una lección a la persona que lo hace, lecciones que no van a olvidar.
A Palmer lo contratan para que se construya un puente que permita llevar material de construcción a una isla, la Isla de los Sapos, poblada por ese tipo de animalitos. Y Twilly, por una serie de circunstancias que implican al perro Boodle (el cachorro enfermo del que habla el título) y a la esposa de Palmer, decide tratar de impedírselo.
Pero también quieren tratar de que impida ese impedimento Dick Artemus, el gobernador, que alista al antiguo gobernador retirado por razones personales, donde las razones personales incluyen estar hasta las narices de todo, y que va vestido con un gorro de ducha y una bandera ajedrezada de una carrera, y el ex-mafioso que ha decidido construir en la isla de los Sapos.
Alrededor de esto giran una serie de personajes que, salvo Boodle y Skink, el antiguo gobernador, resultan francamente antipáticos. El pintoresquismo de los personajes y sus historias personales son la marca de fábrica de Hiaasen; en este caso, a veces parece que va más allá de lo estrictamente necesario y hacen que el libro pese bastante más que las otras novelas que tengo de él.
¿Se descubre la fórmula del autor? El problema con descubrir la fórmula no es tanto que uno cante victoria y se percate del mecanismo, sino que cuando te metes en una escena sabes cómo se va a resolver. El final y muchas de las escenas intermedias son totalmente esperables, con
la pistola de Chejov echando humo y no sólo eso, apareciendo de forma regular y bastante reconocible. Aunque algunas de las pistolas, la verdad, tienen gracia.
Eso es lo que salva a Hiaasen, que hace que merezca la pena seguirlo leyendo, aunque de las tres que he leído es la que menos me ha gustado. Te lo compres o no por 3$ en una librería de segunda mano, que son las mejores.