2003-05-21 00:55
Nadie en la pandilla entendió por qué Andrés decidió ponerse a escribir. Era el tipo con menos imaginación de todos. Con decirte que en los chinos siempre pedía cerdo agridulce...
Pero nada, un buen día, tomando unas cañas en el bar de siempre, nos lo solto: "Me voy a poner a escribir". Como lo de amanuense, en pleno siglo XXI, es un oficio más bien en desuso, supusimos que quería decir eso, escribir historias, novelas y esas cosas. "Sí, me voy a apuntar a un taller de escritura, otro de guión de cine y otro de poesía. Creo que es mi vocación".
Nosotros siempre le habíamos visto vocación de chupatintas de primera, pero como era nuestro amigo, le animamos, y le hicimos que pagara la ronda.
Efectivamente, dos o tres cursos después, llegó con su primer cuento; nos pasó folios impresos para que le diéramos nuestra opinión. Los leimos sobre la marcha. Se titulaba "El Glotón", y contaba, mismamente, la historia de una persona que era, efectivamente, glotona.
"Oye, ¿no nos contaste que tu hermano Felipe era un zampabollos?" Le pregunté, tras la lectura.
"Sí, pero... bueno, sí"
"¿Y rubio, y con los ojos verdes, como el del cuento?"
"Sí, bueno, pero.. bueno, a Felipe no le gusta el pollo, y al del cuento sí"
"Ahhh" En fin, era su primer cuento, tampoco iba a escribir La guerra de las galaxias de Asimov, o uno de esos.
Después de aquello, paulatinamente, lo fuimos viendo menos. Prácticamente, encuentros casuales. Por ejemplo, nos lo encontramos una vez saliendo del hospital. Venía de ver a su hermano Felipe, que se había quedado ingresado en el área siquiátrica con una anorexia que le había hecho perder 70 kilos del tirón. Aunque no estaba muy animado, quedó con nosotros para darnos a leer otro cuento que había escrito.
Resultó ser un cuento erótico. Guarro, vamos. El cuento describía con todo lujo de detalles la pasión mutua de dos amantes, y cómo la ponían en práctica de diferentes modos y maneras en diferentes superficies horizontales o verticales.
"Oye, está muy bien, ¿eh? Y tu novia, ¿qué te ha dicho?"
"No, bueno, ya sabes, no se lo he dicho, y casi, bueno, casi que mejor no se lo contéis, ¿vale?"
La novia, claro está, tenía tres fotocopias, con notas al margen, PostIt y subrayadas con Lumocolor, antes de que acabara el día siguiente. Y se peleó, porque no le hizo mucha gracia que media pandilla conociera de qué forma se afeitaba sus partes íntimas (por no mencionar quién, y cómo lo hacía).
Pero, días más tarde, al ir a visitarla a ver cómo llevaba la ruptura, la vimos ponerse enferma. La piel de melocotón marmóreo que describía en el cuento se cubrió de escamas psoriáticas; perdió el vello púbico por una extraña erupción. Y según contó a sus amigas más íntimas, había perdido totalmente el deseo. Vamos, nada de nada.
Andrés, más o menos al mismo tiempo, me llamó preocupado también, que estaba agobiado, deprimido, decía.
"Joer, Andrés, es que lo de tu novia es muy fuerte"
"No, bueno, sí, pero es que..."
"¿Qué?"
"¡Que no se me empina, cojones!" Me gritó.
A las pocas semanas, nos lo volvimos a encontrar en la Facu; se había dejado de escrituras y había vuelto a estudiar.
"Oye, lo de la escritura, ¿qué tal?" le preguntamos
"Bien, bueno, mal, bueno, vamos, que lo he dejado"
"¿Del todo?" insistimos, incrédulos.
"Si, bueno, creo que sí. Mira lo último que he escrito"
Y me entregó un folio que empezaba así:
Ladrón
Nadie en la pandilla entendió por qué Andrés decidió ponerse a escribir