2003-06-08 06:40
Para ser escritor viajero, al parecer, hace falta tener un buen hígado. Esa impresión daba
Steinbeck, en Viajes con Charley, y
Paul Theroux, en este libro (que me compré de
segunda mano.
También es necesario tener deudas. Si no, no se explica que, en ambos casos, los viajeros/escritores se embarquen en una aventura en la que acaban hastiados, peleándose con quien se encuentran en su camino, y ventilándose los últimos miles de kilómetros en unas cuantas páginas.
Todo viaje es un viaje de vuelta, dicen, pero lo que no dicen es que según avanza el viaje más ganas tienen de que se lleve a cabo esa tautología.
Cachis, se ve que me vuelvo cursi con los años, pero, ya que estamos, lanzo un reto bitacorero: escribir una entrada en la bitácora propia donde se mencione la palabra tautología
En cuanto al libro, a pesar de lo dicho, es uno de los más entretenidos y divertidos que he leido últimamente. En cierto sentido, es como una bitácora (todos los libros de viajes lo son): ponte a viajar en un tren desde Londres hasta Japón (siempre que puedas, claro) y cuenta lo que te vaya ocurriendo. Es uno de los puntos interesantes del libro: sabes, o al menos, te convences o convencen, de que la gente que se encuentra, la que habla en este libro, es gente real; lo que le pasa al a veces desdichado protagonista, le pasa a él mismo.
El siempre se lo toma todo con sentido del humor (aunque cada vez con menos según avanza el libro), desde los baksheesh o sobornos en el Irán del Sha (el viaje tiene lugar en 1973) hasta una aventura prostibularia en Madrás.
Y es que el libro tiene bastante de esto, de historias de prostíbulo, generalmente en boca de compañeros de viaje; por ejemplo, la clásica de la chica más guapa del puticlús que resulta ser un travesti. Tampoco faltan los espectáculos sado-maso en Japón, narrados escena a escena, ni los flirteos con una camarera del Transiberiano llamada Nina.
A veces, Theroux abusa del recurso de transcribir en inglés los diferentes acentos, con el fin de provocar un efecto cómico; a veces, también se ríe a mandíbula batiente de las costumbres locales, pero también se ríe de los extranjeros que miran por encima del hombro esas mismas costumbres locales. Especialmente, americanos y australianos.
Después de los
últimos sucesos, casi que se le quitan a auno las pocas ganas que pudiera tener de viajar en tren; pero leer a Paul Theroux te las devuelve. Eso sí, siempre que tengas a mano un libro, mucho alcohol, y sólo unas pocas ganas de volver.